Desde hacía algún tiempo, Orula tenía una deuda con Shangó.
Casi todos los días el dueño del rayo y el trueno pasaba por
casa del viejo, para ver si ya estaba en disposición de pagarle.
–Todavía no, Shangó –le decía Orula–, son pocos los clientes y
casi no me alcanza para comer.
Cansado de las promesas vanas del adivino, Shangó cortó
ramas de álamo y cerró el camino que conducía al ilé de Orula.
Al otro día, varias personas que deseaban ver su suerte
buscaron infructuosamente el camino que los conduciría al
lugar.
Así pasó durante casi una semana. Hasta que al fin Orula,
sospechando que su falta de suerte estaba ligada a la deuda que
tenía con Shangó, se decidió a pagar lo que debía y desde ese
momento sus asuntos mejoraron.